Paso del Sagrado Misterio

Es de los conocidos en Sevilla como de “calvario”, y además, el más completo de todos los de la ciudad, con diez figuras y tres cruces.

El pasaje evangélico que representa a aquellos momentos en que nos dice San Mateo: “El velo del Templo se rasgó en dos partes, de arriba abajo y tembló la tierra. Y se partieron las piedras y se abrieron los sepulcros”.

Pendiente de una cruz central, preside Jesús muerto y lanceado. A su izquierda de otra cruz algo menor, cuelga, aún vivo, Gestas, delincuente crucificado simultáneamente, y a la derecha, de una tercera cruz, semejante a la anterior, pende San Dimas, el buen ladrón. De pie, a la derecha del Redentor, María, bajo la advocación de la Luz en el misterio de sus Tres Necesidades (sábana, sepulcro y escalera) eleva la mirada hacia su Hijo muerto. El apóstol evangelista San Juan se encuentra a la izquierda de Jesús y enfrente de María. Por último, las tres Marías (Magdalena, Salomé y Cleofás), sujetan una sábana extendida en la que esperan envolver el divino cuerpo, una vez que José de Arimatea y Nicodemo, situados tras la cruz central, con sendas escaleras, logren descender al Redentor.

Historia:

Durante los aproximados 450 años de existencia de la Archicofradía se conoce que ha dispuesto de cuatro distintas parihuelas o pasos que han portado el misterio de las Tres Necesidades.

Del primero hay muy pocas noticias. Solamente se sabe que el paso era conocido como el del “Sepulcro y las Marías” y era “de muy buena calidad” según los cronistas de la época. Debieron ser unas amplias andas que ejercieron su función desde su primera estación de penitencia (sobre 1613) hasta 1690 en que estrenaron las siguientes.

En su parte delantera parece figuraba simbólicamente un sepulcro dorado y vacío, de pequeñas dimensiones, como representación de una de las tres necesidades. Sepulcro que posteriormente fue retirado por considerarse antiestético y dificultar la visión del misterio desde ciertos ángulos.
El segundo fue el concertado entre la Archicofradía y los escultores Luis Antonio de los Arcos y Cristóbal de Guadix, junto al grupo escultórico, en 1677. Probablemente intervino también en la ejecución del paso el maestro entallador, Andrés Montero, amigo y vecino de Pedro Roldán en la calle Colcheros, hoy Tetuán. Fue utilizado por la hermandad durante siglo y medio. Concretamente desde 1690 a 1844.

Portaba ocho bellísimas cartelas ovaladas (37×27 cm.), labradas en relieve. Dichas cartelas pasaron al siguiente paso en 1844 y al encargarse el actual en 1919 fueron vendidas con el paso desechado a la hermandad de la Sagrada Cena, que hoy en día las mantienen en el primer paso.

En cuanto al estrenado en 1844, de las mismas medidas que el anterior, de caoba y construido por Manuel Rodríguez Espinosa.

Y el cuarto y definitivo es el que sale actualmente el Viernes Santo.

Descripción:

Fue concertado en 1919 para su estreno al año siguiente, pero no pudo terminarse a tiempo y ese año y los dos siguientes la hermandad realizó la estación tan sólo con el paso de palio. Se estrenó en el año 1922. José Hernández Díaz calificó el paso de un “barroco inquietante”. Sus líneas ortodoxas son clásicamente góticas por su hojarasca de hojas de cardo, sostenidas por una gruesa soga anudada, en caoba en su color. Se le ha catalogado como “de actitud barroca y presencia gótica”. El artista que lo ejecutó fue Guillermo Muñiz. En un principio se pensó en dorarlo, pero no hubo tiempo antes de la primera salida. Y agradó tanto al verlo en la calle, que se desechó la idea.

El canasto tiene forma abombada en la parte de la hojarasca citada y los respiraderos siguen el mismo estilo y color. En las esquinas de la parihuela se encuentran cuatro angelotes portadores de símbolos de la Pasión: clavos, flagelos, esponja y lanza, muy vistosos, con los ojos pintados sobre la madera y vestiduras de amplios pliegues, probablemente los concertados en el contrato de 1677. Según los expertos fueron tallados por Cristóbal de Guadix y Luis Antonio de los Arcos o quizás por su esposa la Roldana.

Las seis patas terminan en unas garras metálicas como de rapaces o dragones, que se asientan sobre el pavimento.

La iluminación del paso corre de cuenta de cuatro candelabros, uno en cada esquina, con ochos luces y otros dos en cada costero con tres luces en cada uno, todos con sus correspondientes guardabrisas. En total, son 44 luces procedentes del paso estrenado en 1844. Son de forja en hierro plateado.

El llamador es de plata de ley realizado por Orfeberia Maestrante.