Page 38 - Boletín 162
P. 38

Meditación de las Cinco Llagas


              He llegado hasta tus plantas sin distraerme a la vista de la ciudad que espera con
       anhelo  la  felicidad de  la  cercana  primavera. Ahora  la  ciudad, en  el umbral de  la  más
       compartida y convivida fiesta religiosa, se nos antoja como un capricho nacido a la vida desde
       las aguas del río Betis, como una imagen creada por una incursión interior de la marinera
       brisa tartésica nacida en la desembocadura de ese padre río. Me he paseado por el Arenal de
       Sevilla que guarda los recuerdos en versos de Lope de Vega o del poeta popular Florencio
       Quintero. Sí, Señor, he  cruzado  por  esa  riada  de  alegría  y  vida  que  es  la  ciudad en  estas
       vísperas, y llego aquí y ¿qué me encuentro, Señor?: oscuridad y silencio; tu cuerpo que cuelga
       de la cruz sin hálito de vida. ¿Es esto una derrota, Señor?, ¿es un castigo?, ¿la vitalidad de la
       calle es un engaño? No me contestes, Señor, me quiero contestar a mí mismo, Tú continúa con
       la sabia elocuencia de tu silencio que a buen seguro es una respuesta confortadora. Y aquí,
       Señor, en  un  ensueño  me  encuentro  con  el galeón  de  tu  paso, monumento  a  las  Tres
       Necesidades de María, y para que no se escape el misterio una cuerda de oro que lo ciñe y
       amarra; me he trasladado a otros tiempos. Para acceder a tu descendimiento liberándote de
       los clavos de tus manos que han llagado las mismas, la presencia de dos hombres. Nos lo
       cuenta Juan en su evangelio: “Después de esto, José de Arimatea que era discípulo de Jesús
       aunque en secreto por miedo a los judíos, pidió a Pilato autorización para retirar el cuerpo de
       Jesús. Pilato se lo concedió. Fueron, pues y retiraron su cuerpo. Fue también Nicodemo aquel
       que anteriormente había ido a verle de noche- con una mezcla de mirra y áloe de unas cien
       libras”. Esos dos hombres son nuestra representación para aliviarte de las llagas de tus manos.
       Somos como Nicodemo, aquel magistrado judío entre los fariseos, que acudió una noche a
       verte y que quedó ciertamente confundido cuando le manifestaste que quien no nazca de lo
       alto no puede ver el Reino de Dios, porque a su edad no entendía poder volver al seno de su
       madre y nacer, ni comprendía como se podía nacer del agua y del Espíritu, o en definitiva
       nacer de nuevo. Debíamos ser como José de Arimatea, hombre justo que dicen los evangelios y
       que superó todos los miedos humanos para pedirle a Pilato tu cuerpo, que era tanto como
       decir que Tú eras su amigo y él tu discípulo poniendo a la vista sus sentimientos y creencias
       frente a una sociedad que te había traicionado y ante unos políticos y autoridades que habían
       perpetrado tu muerte en el intento de acabar con tu doctrina y no poner en peligro su estatus.
       Qué  ejemplo, verdad, Cristo  de  la  Salud, para  tantos  y  tantos  de  nosotros  que  nos
       avergonzamos de nuestras creencias ante las modas sociales que imponen una sociedad no
       solo laica sino carente de principios éticos y morales, sin que seamos capaces con nuestro
       ejemplo y actitud de demostrar que tu mensaje es imperecedero, el único y gran mensaje que
       no necesita cambiar con el tiempo porque siempre tendrá actualidad. Cómo nos gustaría,
       Cristo de la Salud, liberar tus manos de los clavos para que pudieran ser la caricia a tantos y
       tantos de nosotros sumidos en la penumbra de los hospitales, en la pobreza de la sin salud, en
       la pena del abandono, en la soledad del sin amor, en la necesidad social del trabajo. Sí, librar
       tus manos para la caricia que es la expresión única de la Misericordia, que, como define algo
       tan humano como el diccionario de nuestra lengua, no es sino el atributo de Dios por cuya
       virtud perdona nuestros pecados y miserias.


              Y a la espera de tu descendimiento las Santas Mujeres. Tres ejemplos de abnegado
       servicio, tres ejemplos de la fuerza y el valor que solo tienen las mujeres, mucho más cuando
       son  madres. Y  como  manifestación  de  esa  fuerza  y  de  ese  valor  hasta  tus  discípulos, en

                                                38
   33   34   35   36   37   38   39   40   41   42   43