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Meditación de las Cinco Llagas


              A tus pies, más abajo, Cristo, te acompañan respetuosos y silentes tus hermanos en
       comitiva  del azul único  de  la  Carretería. Cada  uno  como  un  mundo. Cada  uno  con  la
       conciencia de las numerosas caídas. Cada uno con su petición de perdón al contemplar tus
       llegados pies por el clavo de nuestra indiferencia. Serán los momentos íntimos, cuando el
       antifaz parece separarnos del mundo diario, cuando esa intimidad nos permita hacer un
       repaso, imposible en la cotidianidad de nuestra vida social y laboral, de cuanto hemos hecho
       al cabo del año, de lo bueno y de lo malo. Cuando íntimamente nos dolemos, porque a Ti, el
       amigo, le hemos causado dolor, porque Tú, aun muerto, sigues sintiendo dolor, como en el
       poema de Miguel Hernández: “Tanto dolor se agrupa en mi costado que por doler me duele
       hasta el aliento”.


              La noche del Viernes Santo está callada y dormida, serás Tú y solo Tú el único lucero
       con brillo como contradicción a un cuerpo muerto. Sí, solo Tú serás, muerto como vas, el
       principio de una nueva vida. Tú, con tus ojos cerrados que no pueden alcanzar a ver el cielo de
       tu Padre, eres la Esperanza única de la Resurrección. Caminas hacia tu vieja y antigua capilla
       de los toneleros, y en la oscuridad te engrandeces, Cristo único del Arenal taurino y marinero.
       Dios de las Atarazanas. Asidero divino para levantarnos en nuestras caídas. Abandonas la
       calle a la que habías salido para buscarnos, como un día pude decir contestando a aquellos
       versos de Alberti:

                            Entro, Señor, en tus iglesias… Dime,
                            Si tienes voz, ¿por qué siempre vacías?
                            Te lo pregunto por si no sabías
                            Que ya a muy pocos tu pasión redime.

              Pero no importarán las iglesias vacías porque el Cristo de la Salud nos buscará en la
       calle para seguir redimiéndonos, y muy al contrario de la afirmación del poeta, “y no te
       encuentran por ninguna parte”, porque sales a buscarnos, te encontramos en cualquier parte.

              En la calle y en la caoba única de tu paso, en la capilla y en el altar permanente en que
       nos esperas. Con la luz que alumbre nuestra vida y nuestra alma, que pusiste en las manos de
       tu Madre, la que como nadie entiende nuestro Mayor Dolor y nuestra Soledad de hombres
       que aspiramos a tenerlo todo y al final nos encontramos en la soledad de nuestra vida.


              Me voy a marchar, Señor, voy a volver a cruzar la ciudad en estos días cuaresmales que
       nos preparan el doloroso momento de tu pasión y muerte. Pero en mi paseo, Señor, me voy a
       acercar hasta nuestra torre única por la que no pasa el tiempo, por la de todas las épocas,
       contradictoria como nosotros, almohade y renacentista, y voy a tomar de la mano al propio
       Giraldillo para traerlo a tus pies llagados, como si pusiera a toda Sevilla a tus pies para que la
       hagas una ciudad generosa y solidaria, capaz de aliviar las llagas de tantos y tantos. El símbolo
       de la fe a tus pies: Tú, la Salud; en Ti, la Fe.

              Mi admirado Luis Cernuda en su “Escrito en el agua”, contemplando lo efímero de las
       cosas, comenta que solo él mismo se parecía duradero, surgiendo en él la cruel realidad de que

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