Page 34 - Boletín 160
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Carretería - cuaresma 2015
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Carretería - cuaresma 2015Carretería - cuaresma 2015
Se me vienen a la mente algunos breves fragmentos de la Escritura que pueden iluminar este aspecto:
Si alguno quiere venir en pos de mí, que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga (Mt 16, 24).
… velad conmigo […] ¿No habéis podido velar una hora conmigo? (cf. Mt 26, 40).
… Completo en mi carne lo que falta a las tribulaciones de Cristo, en favor de su Cuerpo, que es la Iglesia (cf. Col 1, 24).
Se trata de despertar y poner en acto el amor debido a Cristo, que nos amó primero; al Hijo de Dios hecho
hombre que, por mi salvación, padeció ultrajes, sufrió tormentos físicos y murió de forma ignominiosa en la Cruz; que me
amó y se entregó por mí, como dice el apóstol Pablo. Y de querer compartir de alguna manera con Él el misterio de su
pasión y su muerte.
El medio privilegiado e insustituible para ello es la participación en las celebraciones litúrgicas (sacramentales)
de estos días, sobre todo en los llamados Oficios: Cena del Señor (Jueves Santo), Pasión del Señor (Viernes Santo) y
Vigilia Pascual (madrugada del Domingo de Pascua o noche del Sábado Santo). Pero también la realización o
participación en otros ejercicios de piedad, como el Via Crucis o la estación de penitencia.
Para que la estación de penitencia pueda desempeñar de manera adecuada esa función que hemos llamado
mística se requieren tres requisitos:
- Que sea un complemento, no una sustitución, de la participación en las celebraciones litúrgicas.
En este sentido, el Directorio sobre la piedad popular y la liturgia dice a propósito de la procesión del Viernes Santo, lo
cual, mutatis mutandi, se puede aplicar a todas las procesiones que tienen lugar en Semana Santa:
“Entre las manifestaciones de piedad popular del Viernes Santo, además del Vía Crucis, destaca la procesión del
"Cristo muerto" […] [Sin embargo] es necesario que estas manifestaciones de la piedad popular nunca aparezcan
ante los fieles, ni por la hora ni por el modo de convocatoria, como sucedáneo de las celebraciones litúrgicas del
Viernes Santo. Por lo tanto […] el Viernes Santo se deberá conceder el primer lugar y el máximo relieve a la
Celebración litúrgica, y se deberá explicar a los fieles que ningún ejercicio de piedad debe sustituir a esta celebración,
en su valor objetivo”.
- Que no se reduzca a un simple acto exterior, sino que en él estén implicadas la mente y el corazón.
Aun siendo consciente de la dificultad que para ello supone el tiempo prolongado que la cofradía está en la calle y el
ambiente que se suele encontrar en la misma, el que hace estación de penitencia debe procurar que su mente
(pensamientos) y su corazón (sentimientos), que constituyen lo más profundo de sí mismo, estén centrados y
ocupados en la consideración de los misterios que quiere honrar y con los que se quiere identificar.
A ello ayuda, sin duda, el aislamiento que proporciona el hábito penitencial y el silencio que se está obligado a guardar.
Pero no basta; hay que cuidar también los sentidos de la vista y del oído. Será útil, además, realizar algunos ejercicios
de piedad tales como el vía crucis, considerar los misterios dolorosos del Rosario, rememorar las distintas secuencias
de la pasión del Señor,…
- Que no pierda de vista la Resurrección.
El núcleo originario y el centro de la fe cristiana es la muerte y la resurrección de Jesús, tal como lo expresa el apóstol
Pablo en su primera carta a la comunidad de Corinto: Porque os transmití, en primer lugar, lo que a mi vez recibí: que
Cristo murió por nuestros pecados, según las Escrituras, que fue sepultado y que resucitó al tercer día, según las
Escrituras (15, 3-4). Muerte y resurrección son dos caras de una misma moneda. No se puede prescindir de una de ellas
sin falsear el mensaje cristiano, sin atentar contra la identidad de Jesucristo (Hijo de Dios hecho hombre) y sin
comprometer la salvación en la que creemos y que esperamos. Y de las dos, la que es más susceptible de ser
cuestionada u obviada es, evidentemente, la resurrección.
Considerar, honrar y celebrar la pasión y la muerte de Jesús no puede hacernos olvidar que ese Jesús resucitó, subió al
cielo y vive, intercediendo por nosotros, sentado a la derecha del Padre. No recordamos a un muerto. Y no celebramos
la muerte de nadie; o, mejor, celebramos la muerte de Cristo porque Él resucitó, y de esta manera hizo que por medio
de esa muerte fuera vencida la nuestra y obtuviéramos vida eterna.
No podemos negar que nuestra Semana Santa acentúa de tal manera la pasión y la muerte de Cristo, que produce en la
gente el efecto espontáneo, y ciertamente involuntario, de ignorar o prescindir de la resurrección o de relegarla a un
segundo lugar, como si fuera un aspecto adicional.
No olvidemos, en este sentido, lo que dice san Pablo en la misma carta citada anteriormente: Si Cristo no resucitó,
vuestra fe es vana: estáis todavía en vuestros pecados. Por tanto, también los que durmieron en Cristo perecieron. Si
solamente para esta vida tenemos puesta nuestra esperanza en Cristo, somos los más dignos de compasión de todos los
hombres. (15, 17-19).
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