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Carretería - cuaresma 2014
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               IN MEMORIAM:  Antonio Fernández Soler
              Me  es  muy  difícil  resumir  en  unas  breves
       líneas  las  vivencias,  la  devoción  y  el  amor  de  una
       persona hacia la Sagrada Imagen del Stmo. Cristo de la
       Salud   y su   Hermandad de la Carretería y más aún
       tratándose de mi padre. Son tantos los recuerdos que
       tengo de él ligados a la Hermandad, que se me agolpan
       en la memoria, por lo que trataré de resumir algunos de
       ellos,  pidiendo  a  los  hermanos  que  comprendan  la
       emoción que me provoca escribir este artículo.

              Antonio Fernández Soler, nace en la entonces
       calle Varflora frente a lo que hoy es el bar El Postura, en
       los  altos  de  la  alpargatería  de  Navarrito,  para
       posteriormente trasladarse al Paseo de Colón, donde
       transcurre  su  infancia  y  donde,  por  suerte,  también
       nacimos  dos  de  sus  hijos.  De  su  casa  siempre  nos
       contaba  miles  de  anécdotas  y  de  sus  vecinos  Doña
       Pura, Enriqueta, Agustín y, sobre todo, de Filomena, la
       madre de los Bustos, a la cual quería como si fuera de
       su propia familia (en la entrevista aparecida   en este
       boletín, por un fallo de imprenta se suprimió el párrafo
       al cual le hacía mención, cosa que le disgustó bastante, pero como siempre tenía en mente que todo
       lo que hacía su Hermandad estaba bien nunca nos hizo ni a mí ni a nadie ningún reproche al
       respecto). Entre esos vecinos se encontraba su amigo Luís Martínez Montenegro, que fue quién
       oficializó su ingreso en la Hermandad de su barrio, a la que desde pequeño siempre veía y acudía a
       pesar de no ser hermano. Esto fue al principio de la década de los sesenta. Desde ese momento vistió
       la túnica de la Hermandad hasta que ya por motivos de salud tuvo que dejar de hacerlo.

              Como ya dije antes son muchos los recuerdos que tengo de él y  mi madre vinculados a la
       Hermandad a la cual fue apuntando en su nómina a todos sus hijos, su esposa y posteriormente a sus
       nietos, llenándose de orgullo cuando nos veía a todos en el Via Crucis o en la Función Principal y,
       sobre todo ni qué decir tiene, cuando nos veía revestidos de nuestras túnicas de terciopelo o de
       monaguillos a los más pequeños.

              Tengo grabados en la memoria varios hechos que  me narraba, así como vivencias con él
       que me gustaría relatar. En especial la de la primera vez que vestí nuestra túnica, la cual recogimos
       un Miércoles Santo y mi madre me tuvo que arreglar de prisa y corriendo. El Viernes Santo fuimos
       en taxi desde mi casa, ya en la barriada de Elcano (motivo éste por el que quizás perdió algo de
       contacto con la Hermandad, ya que la comunicación del extrarradio con el centro era muy precaria
       entonces), hasta el Prado de San Sebastián, porque chispeaba y se temía que la cofradía no saliera,
       como desgraciadamente así ocurrió, se le notaba orgulloso de llevar de la mano a su hijo mayor;
       orgullo que posteriormente se vio incrementado al unirse a nosotros una de mis hermanas, uno de
       sus yernos y cuatro de sus nietos.


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