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                   RECUERDoS DE LA CARRETERíA


            Viernes Santo perdido en los siglos, radiante
         del oro y la plata de las indias, vieja estampa de
         aromas de la mar de la gran urbe portuaria, de
         madera y tonel, de galeón y navío, de pícaro y
         rufián, o de noble enriquecido con el comercio
         de la capital comercial del mundo. Luz brillante
         en sepia, como aquella que guió a los toneleros
         del antiguo barrio humero, morada del cuerpo
         de carreteros del Guadalquivir.
            La tarde dormida sobre un cielo azul de luto
         rememora las nostalgias vividas, los sentimien-
         tos más profundos con los contrastes intensos
         entre el día y la noche, la alegría y la pena, el
         bullicio  y la penitencia, el centro y el barrio…
         Baña el sol las antiguas tierras de los carreteros,
         extramuros de la ciudad floreciente donde se
         conquistó el nuevo mundo, y a donde fueron a
         parar los ricos comerciantes a buscar aventura,
         y los pobres pícaros a buscar fortuna. arenal de
         la ciudad amurallada, puerto de las indias que
         configuró el barrio más universal y poderoso.
         el Viernes Santo renace aquel arenal históri-  en esos momentos pasa la vida entera ante
         co, de cargadores y marinos, en la calle real   unos ojos desenfocados que miran el sublime
         junto al cardus máximus del barrio, emperador   dolor de la tragedia más profunda. Y siempre
         de Sevilla.                              estaba ella, en la barriga de una madre que se-
            Un nazareno camina por la calle Pastor y   guía la estela del manto, en las primeras salidas
         Landero, centro neurálgico de los sentimientos   de monaguillo y acólito, y el día que vistió por
         y devociones del barrio. el olor a muebles anti-  primera vez su túnica azul terciopelo, perfec-
         guos y a canela, y un haz de luz que inunda la   tamente uniformado y compuesto sin apenas
         casa grande de viejas losetas despegadas inva-  mirar atrás. Los años te van haciendo carre-
         den su penitencia, introduciendo en su oración   tero, que nos es más que un sentimiento de
         letanías infantiles de un paso de caja de cartón,   compostura en los cultos y en la calle, heredado
         mecido al compás de un radiocasete, y un mesa   y transmitido, que apenas ha cambiado desde
         portería donde se marcaron goles que llenaron   que Bécquer diera forma belleza a las palabras
         de alegría a dos niños. recuerdos de un barrio   en los años románticos decimonónicos.
         que ya no existe, o que quizá perviva en aquel   Han pasado más de 30 años y todo sigue
         lugar de donde no desaparecerá nunca.    igual, lo que supone el mayor patrimonio in-
            el calor aprieta en la túnica de terciopelo,   material de la hermandad. Llegará otro Viernes
         que juntó al cansancio de la madrugada forman   Santo, aquel de luz brillante en sepia, como
         la doble cruz de Santiago en los hombros del ca-  aquella que guió a los toneleros del antiguo ba-
         rretero. al entrar en la capilla se produce otra   rrio humero, y el nazareno volverá a vestirse
         vez el milagro, pues no hay rincón ni recoveco   en un ritual de siglos, para conformar una es-
         libre, ni espacio para dar cabida al gran cajón   tampa añeja de un cortejo en el que el tiempo
         del Calvario. Las puertas no se pueden abrir,   se ha parado, y donde la penitencia y la oración
         pero el chirriar del viejo portalón, que es el re-  es la misma y se mantiene en el espíritu de los
         loj que marca las vidas en la Carretería, obra el   carreteros.
         prodigio inhumano.                                           Carlos Crivell Reyes






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