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Carretería - cuaresma 2014
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                    LA JUSTICIA, TEMA SIEMPRE ACTUAL

              El discípulo de Cristo no es un solitario ni un asocial, sino una persona que siente como propias las
       preocupaciones de los demás, hechos como a imagen y semejanza de Dios, llamados a la filiación divina, y
       destinados a la bienaventuranza eterna. Por eso, vivir la justicia con los hombres es requisito indispensable
       para ser idóneos delante de Dios. La injusticia en sus múltiples manifestaciones, es pecado que el Señor
       reprocha con tanta indignación cuanto más se presente encubrir con disfraz de religión, “cuando alzáis
       vuestras manos, dice el profeta Isaías, yo aparto mis ojos de vosotros; cuando hacéis vuestras plegarias, no
       escucho. Vuestras manos están llenas de sangre. Lavaos, limpiaos, quitad de ante mis ojos la iniquidad de
       vuestras acciones. Dejad de hacer el mal, aprended a hacer el bien, buscad lo justo, restituid al agraviado, haced
       justicia al huérfano, amparad a la viuda” (Isaías I, 15-17).
              El Nuevo Testamento subraya con vigor las exigencias indeclinables de la justicia. Cristo mismo
       condenó a un juicio más severo a los “devoran las casas de las viudas mientras fingen largas oraciones”
       (Marcos XII, 40).
              Y es del apóstol Santiago aquel fuerte reproche a los que se enriquecen mediante el fraude y la
       injusticia: “vuestra riqueza está podrida; vuestros vestidos, consumidos por la polilla; vuestro oro y vuestra
       plata, comidos del orín (…). El jornal de los obreros que han segado vuestros campos, defraudado por
       vosotros, clama, y los gritos de los segadores han llegado a los oídos del Señor de los ejércitos” (Santiago V, 2-
       4).
              Fiel a la enseñanza de la Sagrada Escritura, la Iglesia ha estimulado siempre a los cristianos a vivir las
       exigencias de la justicia, saliendo especialmente en defensa de los que, por ser más débiles, no pueden hacer
       valer sus derechos, e impulsa a todos los cristianos a vivirla personalmente y a promoverla en el mundo.
       “Tengan en sumo aprecio, exhorta por ejemplo el Concilio Vaticano II, todas aquellas virtudes que se refieren a
       las  relaciones  sociales,  esto  es,  la  honradez,  el  espíritu  de  justicia…”  (Concilio  Vaticano  II,  decreto
       “Apostolicam actuositatem”, n. 4).
              La justicia es el hábito según el cual uno, con constante y perpetua voluntad, da a cada cual su
       derecho. Este hábito se convierte en virtud, es decir, de cualidad estable, porque para ser justo, no basta que
       alguno quiera en cierto momento observar la justicia en algún negocio, porque apenas se encuentra quien
       desee obrar siempre injustamente. Hace falta que el hombre tenga perpetuamente y en todas las cosas voluntad
       de observar la justicia (cfr. Santo Tomás de Aquino, “Summa Theologica”, II-II, p. 58, a 1).
              Vivir la justicia es mucho más que no robar o no causar daño al prójimo. Ciertamente, en la base de un
       orden justo se encuentra el pleno respeto de la llamada justicia conmutativa, por la que cada uno está obligado a
       guardar la equidad en los contratos o contraprestaciones con otras personas. Pero los deberes de justicia, por la
       sociabilidad inscrita en la misma naturaleza humana, afectan también de algún modo a todas las relaciones
       entre los individuos y la sociedad, y entre la sociedad y los individuos.
              Por la justicia distributiva, la sociedad y concretamente quienes detentan la autoridad, está obligada a
       ser ecuánime en los repartos de cargas y beneficios, mientras que por la justicia legal o social, las personas
       singulares están urgidas a colaborar en el bien común de la entera sociedad. Vindicativa, por fin, se llama la
       justicia que busca corregir el desorden y evitar la repetición de actos injustos. No atañe totalmente al juez, sino
       a cuantos tienen una misión formativa, sobre todo a los padres y a quienes hacen sus veces.
              Este entrelazarse de derechos y deberes en el seno de la comunidad humana constituye la materia
       propia de la virtud moral de la justicia que el cristiano, en todo solidario con los demás hombres, ha de
       esforzarse por asumir y practicar plenamente: “hay que obrar con todos conforme a la justicia y al respeto
       debido al hombre” (Concilio Vaticano II, declaración “Dignitatis humanae”, n.7).
       Más aún, cuando está informada por la caridad, la justicia adquiere especial firmeza y se hace garantía de la
       verdadera fraternidad humana. “La regla o canon del cristianismo más perfecto, la definición más puntual, su
       más alta cima, es buscar la conveniencia común (…). Y es que nada puede hacernos tan imitadores de Cristo
       como el cuidar de nuestros prójimos. Por más que ayunes, por más que duermas sobre la dura tierra, aun
       cuando te dieras la muerte, si no miras por tu prójimo, nada grande has hecho; con todo lo que haces, estás
       todavía muy lejos de ese modelo” (San Juan Crisóstomo: “In epistolam I ad Corinthios homiliae” XXX, 3).


                                                                     Vicente Rodríguez García
                                                                                          7
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