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Carretería - cuaresma 2014
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                               EL VÍNCULO QUE ATA
              Llegas en las vísperas gozosas de la tarde azul y te enfrentas al otoño desatado por el viento de la infamia.
       Soberbio, alto, oscuro, serio. Es el final del huracán que ha barrido el universo tras el grito pronunciado allá en lo
       alto; como si al abrirse los cielos un torbellino de sufrimiento hubiera barrido toda la hojarasca del mundo que ahora
       se arremolina aquí, precisamente aquí, en esta capilla que tan bien conoces, entre estos azulejos altos y molduras
       celestes donde aprendiste a colocar tu mano en un libro, a agarrar un cirio, a saber de la luz, de la fe, del dolor y de la
       salud. El canasto permanece callado, en silencio, sin los quejidos del crujir de la madera de la tarde del Viernes
       (crepitar de hojas secas bajo el peso de las pisadas de los hermanos). No han caído aún bajo los pies sagrados del
       Cordero los verdes tallos, ni las rojas gotas de sangre manchan la tierra abierta por el trueno, ni el violáceo abrojo, ni
       los sarmientos vuelan enredándose en el aire de la calle.

              Llegas y te topas con él. Antes que la cálida mirada  entristecida de Ella que te susurra, antes que las manos
       afanosas de los amigos del Señor que te sostienen, antes que la poderosa cabeza inerte de nuestro Cristo que te
       llama, antes que los hermanos gozosos que te abrazan; antes que todo eso es la enrevesada locura, la incomprensible
       y bella anarquía de la madera la que sale a tu encuentro. Y en medio de ella, soberbia, segura y fuerte la maroma que
       ata, que une, que mantiene unidos sin romper, sin forzar, todas y cada uno de las pámpanos secos de este barco que
       sostiene la Salud del mundo.
              Entre  las  muchas                                   las  velas,  el  ancla  quedaba
       leyendas de su hechura se cuenta                            i n s e r v i b l e ,   e l   t i m ó n
       que, una vez acabadas de tallar                             ingobernable,  los  palos  en  el
       todas las hojas, alguien cayó en                            suelo de los astilleros.
       la  cuenta  de  que  aquella
       composición  era  irreal,  que  la                                  Q u i z á   f u e r a
       lógica  decía  que  sin  algo  que                          conveniente  que,  al  llegar  en
       abarcara  alrededor  aquel                                  esas vísperas gozosas de la tarde
       conjunto, las cientos de rebeldes                           azul  a  los  muros  de  la  capilla,
       y  punzantes  hojas  deberían                               comprobáramos  si  el  férreo
       dispersarse,  caer,  volar,                                 nudo  que  ata  los  cabos  del
       disgregarse  en  medio  de  las                             cíngulo  dorado  se  mantiene
       gentes  y  entonces...  entonces  nada  quedaría  de  aquel  tenso o si, por el contrario, hemos ayudado a aflojarlo; si
       ímprobo  trabajo,  de  aquellas  tardes  interminables  nuestras manos han halado para ayudar a mantener cada
       repujando la madera virgen para darle vida... entonces  hoja en su sitio o si hemos soplado para hacerlas migajas,
       aquella obra que habría de asombrar a la ciudad quedaría  irreconocibles fantasmas perdidos para siempre. Quizá
       muerta.                                    conviniera a todos vigilar, velar, para que ese símbolo de
                                                  unidad, esa cadena que nos ata en un solo cariño, en una
              Fue entonces cuando (de nuevo la genialidad)
       esa gruesa estacha dorada vino a ceñir todo el canasto.   sola  devoción,  en  una  sola  fraternidad,  en  un  solo
       Quizá fuera la última aportación del gremio que marcó la   nombre, Carretería, se mantenga firme, segura, viva y
                                                  fresca.
       vida de la Hermandad en los siglos anteriores, quizá una
       mirada  a los brazos de Cristo, quizá la memoria de los     Sin esa gruesa cuerda dorada que nos envuelve
       cercanos  galeones  ¿quién  sabe?  Es  posible  que  sólo  a todos, sin los brazos del Señor que nos unen, la viña de
       fuera el sentido común, aquel que nos dice que sin algo  la Hermandad, de nuestras hermandades, quedará sin
       que nos una nada queda, aquel que nos habla de que sin  fruto; cuando menos será una higuera seca, un huerto
       unidad no somos nada, aquel que nos recuerda que "En  vacío,  en  el  mejor  de  los  casos  un  deslavazado
       esto conocerán todos que sois discípulos míos: si tenéis  maremagnum  irreconocible,  en  el  peor  un  signo  de
       amor unos para con otros" (Jn. 13, 35).    antitestimonio cristiano del cual algún día, Aquel que se
                                                  entregó por amor, habrá de examinarnos a todos.
              La República de Venecia controlaba en el siglo
       XV  de  forma  exhaustiva  las  rutas  comerciales  que
       aseguraban la llegada del cáñamo a su arsenal, pues era              Joaquín de la Peña Fernández.
       la  materia  prima  con  la  que  se  elaboraban  maromas,
       estachas, cordeles, obenques y toda clase de cables. Sin
       ellos un barco no podía navegar, no podían desplegarse
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