Page 3 - Boletín 160
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Carretería - cuaresma 2015Carretería - cuaresma 2015
                                                     Carretería - cuaresma 2015
                                                     Carretería - cuaresma 2015


                                        CUARESMA

              El tiempo de la Cuaresma rememora los cuarenta años que el pueblo de Israel pasó en el desierto mientras se
       encaminaba hacia la tierra prometida, con todo lo que implicó de fatiga, lucha, hambre, sed y cansancio...pero al fin el
       pueblo elegido gozó de esa tierra maravillosa, que destilaba miel y frutos suculentos (Éxodo 16 y siguientes).
              También para nosotros, a las puertas de nuestro Quinario, como fue para los israelitas aquella travesía por el
       desierto, la Cuaresma es el tiempo fuerte del año que nos prepara para la Pascua o Domingo de Resurrección del Señor,
       cima del año litúrgico, donde celebramos la victoria de Cristo sobre el pecado, la muerte y el mal, y por lo mismo, la
       Pascua es la fiesta de alegría porque Dios nos hizo pasar de las tinieblas a la luz, del ayuno a la comida, de la tristeza al
       gozo profundo, de la muerte a la vida.
              La Cuaresma ha sido, es y será un tiempo favorable para convertirnos y volver a Dios Padre lleno de
       misericordia, si es que nos hubiéramos alejado de Él, como aquel hijo pródigo (Lucas 15, 11-32) que se fue de la casa del
       padre y le ofendió con una vida indigna y desenfrenada. Esta conversión se logra mediante una buena confesión de
       nuestros pecados. Dios siempre tiene las puertas de casa abiertas de par en par, y su corazón se le rompe en pedazos
       mientras no comparta con nosotros su amor hecho perdón generoso. ¡Ojalá fueran muchos los pecadores que
       valientemente volvieran a Dios en esta Cuaresma para que una vez más experimentaran el calor y el cariño de su Padre
       Dios!
              Si tenemos la gracia de seguir felices en la casa paterna como hijos y amigos de Dios, la Cuaresma será
       entonces un tiempo apropiado para purificarnos de nuestras faltas y pecados pasados y presentes que han herido el amor
       de ese Dios Padre; esta purificación la lograremos mediante unas prácticas recomendadas por nuestra madre Iglesia; así
       llegaremos preparados y limpios interiormente para vivir espiritualmente la Semana Santa, con todo la profundidad,
       veneración y respeto que merece. Estas prácticas son el ayuno, la oración y la limosna.
              Ayuno no sólo de comida y bebida, que también será agradable a Dios, pues nos servirá para templar nuestro
       cuerpo, a veces tan caprichoso y tan regalado, y hacerlo fuerte y pueda así acompañar al alma en la lucha contra los
       enemigos de siempre: el mundo, el demonio y nuestras propias pasiones desordenadas. Ayuno y abstinencia, sobre todo,
       de nuestros egoísmos, vanidades, orgullos, odios, perezas, murmuraciones, deseos malos, venganzas, impurezas, iras,
       envidias, rencores, injusticias, insensibilidad ante las miserias del prójimo. Ayuno y abstinencia, incluso, de cosas
       buenas y legítimas para reparar nuestros pecados y ofrecerle a Dios un pequeño sacrificio y un acto de amor; por ejemplo,
       ayuno de televisión, de diversiones, de cine, de hablar tanto y tantas veces más de la cuenta, durante este tiempo de
       cuaresma. Ayuno y abstinencia, también, de muchos medios de consumo, de estímulos, de satisfacción de los sentidos;
       ayuno aquí significará renunciar a todo lo que alimenta nuestra tendencia a la curiosidad, a la sensualidad, a la disipación
       de los sentidos, a la superficialidad de vida. Este tipo de ayuno es más meritorio a los ojos de Dios y nos requerirá mucho
       más esfuerzo, más dominio de nosotros mismos, más amor y voluntad de nuestra parte.
              Limosna, dijimos. No sólo la limosna material, pecuniaria: unas cuantas monedas que damos a un pobre
       mendigo en la esquina. La limosna tiene que ir más allá: prestar ayuda a quien necesita, enseñar al que no sabe, dar buen
       consejo al que nos lo pide, compartir alegrías, repartir sonrisa, ofrecer nuestro perdón a quien nos ha ofendido. La
       limosna es esa disponibilidad a compartir todo, la prontitud a darse a sí mismos. Significa la actitud de apertura y la
       caridad hacia el otro. Recordemos aquí a san Pablo: “Si repartiese toda mi hacienda...no teniendo caridad, nada me
       aprovecha” (1 Corintios 13, 3). También san Agustín es muy elocuente cuando escribe: “Si extiendes la mano para dar,
       pero no tienes misericordia en el corazón, no has hecho nada; en cambio, si tienes misericordia en el corazón, aún cuando
       no tuvieses nada que dar con tu mano, Dios acepta tu limosna”.
              Y, finalmente, oración. Si la limosna era apertura al otro, la oración es apertura a Dios. Sin oración, tanto el
       ayuno como la limosna no se sostendrían; caerían por su propio peso. En la oración, Dios va cambiando nuestro corazón,
       lo hace más limpio, más comprensivo, más generoso...en una palabra, va transformando nuestras actitudes negativas y
       creando en nosotros un corazón nuevo y lleno de caridad. La oración es generadora de amor. La oración me induce a
       conversión interior. La oración es vigorosa promotora de la acción, es decir, me lleva a hacer obras buenas por Dios y por
       el prójimo. En la oración recobramos la fuerza para salir victoriosos de las asechanzas y tentaciones del mundo y del
       demonio. Cuaresma, pues, tiempo fuerte de oración.
              Miremos mucho a Cristo en esta Cuaresma. Antes de comenzar su misión salvadora se retira al desierto
       cuarenta días y cuarenta noches. Allí vivió su propia Cuaresma, orando a su Padre, ayunando...y después, salió por
       nuestro mundo repartiendo su amor, su compasión, su ternura, su perdón. Que Su ejemplo nos estimule y nos lleve a
       imitarle en esta cuaresma. Consigna: oración, ayuno y limosna.
                                                      Ignacio Jiménez Sánchez-Dalp
                                              Párroco de Sta. María de las Flores y San Eugenio Papa
                                                                                          3 3
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